Categoría: Actividades
Exposición plástica “Canto a la libertad”
La exposición “Canto a la Libertad”, la hemos tenido en nuestro instituto del 14 al 22 de abril, cedida por la Fundación José Antonio Labordeta, para acompañar la Semana Final del Homenaje; en especial, al Discofórum de “Canciones para la Libertad”.
Consta de 94 láminas, creadas por pintores aragoneses, en 2011, con motivo de la petición de que la canción “Canto a la Libertad” se convirtiera en himno de Aragón. La propuesta no prosperó en aquel entonces y quedó en la Fundación.
Ahora, en abril de 2016, ha empezado a viajar por toda España. La primera ocasión ha sido el fin de semana del 9 y 10 de abril; ha estado en Llanes (Asturias), para arropar el encuentro de cantautores “Llanes enCanta”. La segunda parada, nuestro instituto.
Ha sido todo un lujo y un gran disfrute contemplar la exposición en nuestro Salón de Actos; no solamente el personal que nos ha acompañado a las actividades labordetianas, sino el alumnado de segundo ciclo de ESO, Bachillerato y Ciclos, al estar incluida su visita en una actividad más de la Feria del Libro, situada en la Biblioteca del centro.
Muchas gracias a la Fundación por cedérnosla, y a Joaquín Mesa por sus cuidadosas gestiones para que haya ido y vuelto en perfectas condiciones.
Carmen Jurado
Enlace: Álbum de fotos
Almuerzo labordetiano
Buenas tardes, compañeros y amigos comensales:
Con esta actividad, concluimos el Homenaje tributado este curso a José Antonio Labordeta en el instituto “Gran Capitán”, en todas las facetas por él abordadas:
- Hemos leído, jugado y recitado sus poesías.
- Hemos presentado y cantado sus canciones y las de otros cantautores por la Libertad.
- Hemos visto y trabajado sus episodios de Un país en la mochila, en español y en inglés.
- Hemos repasado su vida y su obra, a través de carteles, a ritmo de rap, o con el Trivialabordeta.
- Hemos resuelto problemas matemáticos, con su figura como eje central de los enunciados.
- Hemos soñado utopías con su himno libertario.
- Hemos viajado a su “Zaragoza de todos los demonios” y paseado por los escenarios labordetianos de su ciudad natal.
- Hemos diseñado cartelería, marcapáginas y hasta etiquetas para los despachos del centro.
- Nos hemos lavado las manos, reciclando su frase más famosa.
- Hemos presentado todos nuestros trabajos en el universo digital para la posteridad.
- Hemos disfrutado contemplando la trascendencia plástica del estribillo más famoso de nuestra generación, junto a caricaturas ad hoc y acuarelas varias…
No sé si me olvido de algo; si es así, completad la lista, por favor.
Y, por fin, nos quedaba disfrutar de la faceta de gastrónomo y enólogo de José Antonio, que también en esto fue precursor. Y es lo que hoy nos reúne en torno a estas mesas. Las sugerencias que nos hicieron hace unos meses, Paula y Fede, magníficas cicerones en la capital maña, “han tomado cuerpo” y vistosidad hoy.
Han sido unos meses muy intensos de vivencias y ejercicio de la pluralidad creativa. Poco a poco, hemos ido andando el camino, portando en nuestra mochila didáctica la ilusión, como buena compañera de viaje. El trayecto, en compañía de compañeros y alumnos (José Antonio lo sabía bien), es lo más gratificante que nos ofrece el tipo de enseñanza en el que creemos firmemente y que nos permite compartir conocimientos y emociones a profesorado y alumnado.
Es un honor contar con la presencia de Paula y Fede, y el apoyo incondicional desde los inicios de este Homenaje de ellas dos, de Juana de Grandes y de toda la familia Labordeta.
Gracias a ellas, a la Fundación, y a todas las personas implicadas en el Homenaje, presencialmente o desde la discreción de la labor callada. También esto último nos acerca al magisterio de Labordeta.
¡Buen provecho!
Carmen Jurado
Enlace: Álbum de fotos
Festival José Antonio Labordeta
No he tenido conciencia real del número de personas que participamos en el Festival Homenaje a José Antonio Labordeta, hasta el día del estreno, 21 de abril, en que nos juntamos todos entre bastidores. Creo que somos treinta y cuatro. La mayoría estamos sentados ahora a ambos lados del escenario, tras los telones azules, cruzando entre nosotros sonrisas y miradas de complicidad que dan unidad al grupo.
Carmen no sólo es la presentadora de este festival sino también la directora y principal animadora del mismo. Su capacidad organizativa y su constancia en el trabajo han hecho posible el brillante resultado final.
Es la sesión de tarde, después de una exitosa sesión matinal ante el alumnado de 1º de Bachillerato y 4º de ESO. Los temores en cuanto a la asistencia de público se han visto disipados, pues hay más de media entrada en el salón de actos del IES Gran Capitán, en torno a ochenta personas, entre las que reconozco a Paula, la hija de José Antonio, y a su acompañante, Fede, que nos han honrado con su presencia. Nos lo prometieron al grupo de profesores y profesoras que hicimos el viaje a Zaragoza en el mes de febrero y han cumplido su palabra.
Suena la música, que da entrada a la primera parte. Entre bastidores, escuchamos el saludo de Carmen a los asistentes y sus primeras palabras sobre José Antonio y su poliédrica figura: profesor, poeta, cantautor, naturalista, ecologista, comunicador, caminante, político… Añade que en el festival nos vamos a centrar en su poesía, la gran desconocida, que es íntima, introvertida, cotidiana, próxima. Ahora está explicando la estructura del mismo, y los que participamos en el primer bloque estamos listos para entrar en el escenario.
Los compases de la pequeña orquesta (José Carlos Archilla, trompeta; Elisa González, clarinete; Alfonso Valdivia, batería; Cristina Moya, violín; Javier Fernández, guitarra; Paco Torres, bombardino; José Luis Rodríguez, cajón; y Carmen Bajo, flauta travesera) nos indican el momento de hacerlo. Ya nos encontramos sentados a la derecha y a la izquierda del escenario. El sonido de la trompeta, interpretando la jota aragonesa, sirve de preludio al primer poema “Cesaraugusta dos” (Gracia), al que le siguen: “La dulce foto” (Lola), “Acuérdate” (Maribel), “Primer recuerdo de mi padre” (Ana), “Te he visto envejecer” (Paqui), “Nos haces una falta sin fondo” (Matías), “Ella”, “Y te daré la paz” (María), “Tres cantos corporales” (Lorena y Aurora) y “Érase una vez” (Paula).
Para controlar los nervios, opto por no mirar al público y me concentro en las imágenes, seleccionadas primorosamente por Antonio, que se proyectan en la pantalla central, mientras recitan mis compañeros y compañeras. Todos lo hacen con pausa y poniendo el énfasis en las palabras adecuadas; todos se levantan de la silla y se acercan al atril, cuando aparece el nombre del poema y suenan las primeras notas de la música que lo acompaña, tal y como estaba previsto. Es el fruto del trabajo continuado y de los ensayos que hemos tenido, durante el curso. Ha ocurrido algo maravilloso: a medida que cada uno de nosotros hemos interiorizado los poemas que nos correspondían, y los hemos hecho nuestros, relacionando sus contenidos con situaciones de nuestra propia vida personal, la declamación ha ido mejorando, sobre todo en autenticidad, y tenemos el convencimiento de que quienes nos escuchan están viendo: a la ciudad de Zaragoza; al niño José Antonio Labordeta; a su querida madre; a su fallecido y llorado hermano Miguel; a su mujer trajinando en la cocina; a su hija Paula formulando preguntas ingenuas; etc.
De nuevo, nos encontramos entre bastidores, ahora escuchando el taconeo del baile flamenco, ejecutado con maestría por Paula y Malena, al compás de la guitarra. Sólo alcanzamos a ver, en el círculo de luz, por detrás de la pantalla, sus sombras desplazándose armoniosamente. Le sigue Cristina, que ha dramatizado su poema “Veinte ocho estíos corren por mis manos”. Oímos las risas del público y cómo ella se detiene, hasta que se hace el silencio nuevamente. Nos cruzamos miradas de alegría, porque le está saliendo muy bien, a pesar de que estaba hecha un manojo de nervios.
Los poemas de este segundo bloque reflejan el paso del tiempo: “Treinta años y otra vez primavera” (Gracia), “Treinta y cinco veces uno” (Paco Ortiz), “Cuarenta y cinco veces” (Paco Pérez) y “El espejo” (Lola). Cada uno recita con su propio estilo: íntimo, sencillo, sentencioso, profundo.
Me toca de nuevo salir al escenario, porque vienen los poemas de la docencia, que vamos a declamar profesores eméritos, como le gusta llamarnos a Carmen. Música de batería, una mezcla de sonidos graves y agudos, anuncia nuestra textos: “Porque ya nunca haremos la revolución soñada” (Matías), “Mientras vosotros estáis con los grafismos” (Miguel), “Crecen sobre mis manos” (Benito) y “Días huidos” (Paqui). La autenticidad caracteriza, en general, las recitaciones de este bloque tercero.
Estamos en el ecuador del festival y los versos de José Antonio Labordeta se vuelven críticos contra la banalidad y la hipocresía de sus contemporáneos. Benito, con su voz intensa y modulada, interpreta “No bomba”, un poema de corte surrealista al que ha puesto música y que acompaña con secuencias del cine mudo. Después, el trío formado por Lidia, Victoria e Isabel interpretan con brillantez “Canción tonta para concluir un curso de funcionario cultural”, con letra de Labordeta y música también de nuestro compañero Benito.
Le siguen los poemas de Miguel Labordeta, hermano de José Antonio. Son textos muy personales y difíciles de entender, a causa de sus imágenes oníricas y de su complejidad sintáctica; pero de gran calidad y hondura. Carmen en su presentación recuerda la importancia que tuvo Miguel en la vida del cantautor y el lugar preferente que ocupa su recuerdo en la Fundación Labordeta de Zaragoza.
Se oye el inicio del Himno de la República para introducir “1936” (Juan), donde se describen los efectos destructores de la Guerra Civil. El clarinete acompaña “La voz del poeta” (Matías), poema en el que se expresa la doble frustración de Miguel, por lo que contempla a su alrededor y por lo que observa dentro de sí mismo. El sonido de la batería coincide con “Puesto que el joven azul de la montaña ha muerto” (Lourdes), donde se plantea una huida del mundo antes de ser eliminado. Y un redoble de tambor acompaña a “Severa conminación de un ciudadano del mundo” (Paco Pérez), poema en el que se critica a los poderosos que provocan las guerras.
A estas alturas del festival, sabemos que todo marcha bien, con el ritmo y la fluidez adecuados, gracias en gran parte al trabajo de los técnicos Josua y Antonio. Lo comentamos entre bastidores, procurando no molestar a Carmen que en este momento anuncia el sexto bloque, impregnado de pesimismo, nostalgia y recuerdo. La música de la orquesta sirve de pórtico a los poemas que lo integran: “La vieja chaqueta” (Ana), que es –según el poeta- casi la epidermis cotidiana con la que uno crece; “Mi perro” (Marina), que “como yo, se abandona a la desesperanza de los atardeceres”; “Un mes inútil” (Lorena) que, a causa de la terrible enfermedad que afectaba a José Antonio, “invade las ventanas de una larga y suave melancolía”; “Origen” (Isabel) o los pasajes de su vida que recuerda cada hombre; “El viejo armario”(Gracia), que con su olor a alcanfor nos trae a la memoria “toda la historia vieja y personal”.
El grupo de músicos no se pone de acuerdo con Carmen, que es interrumpida cada vez que intenta retomar su labor de presentadora. La razón es que llegamos al bloque del humor, pues José Antonio era bastante irónico y socarrón. Ejemplo de ello son los poemas pertenecientes al mismo: “Los cultos” (Miguel), “Noche de Reyes” (Juan), “Escribo estas palabras” (Marina), y “Libro de familia” (Maribel). Todos son introducidos con música festiva.
El último bloque está constituido por tres poemas que nos invitan a soñar con manos extendidas y frágiles sonrisas, a amarnos en libertad, y a disfrutar de nuestras nietas, claro está, cuando las tengamos. Mientras se recitan, se oye de fondo el sonido de la flauta interpretando el “Canto a la libertad”.
Como broche final para el espectáculo, Lidia, Victoria e Isabel interpretan esta misma canción, acompañadas a la guitarra por Benito y Lola. Todos coreamos el estribillo:
“Habrá un día
en que todos
al levantar la vista
veremos una tierra
que ponga libertad”
La emoción está servida y las lágrimas corren por más de una mejilla. La hija de Labordeta, Paula, sube al escenario agradecida, y los aplausos atruenan en el salón de actos.
Matías Regodón
Inés y la alegría
Este es el título de una novela de Almudena Grandes, pero también lo es de esta crónica de la sesión que dedicamos ayer a los poemas de los hermanos José Antonio y Miguel Labordeta, porque la llegada de Inés dinamizó la reunión, descubriéndonos una dimensión poética del primero, plena de sentimiento y capacidad para captar el alma humana. Nuestra compañera citó, en primer lugar, la letra de la canción “La vieja”, donde el cantautor aragonés expresa el dolor de una mujer mayor, mientras espera el regreso de sus hijos ausentes, que han emigrado en busca de una vida mejor:
“Siempre te recuerdo «Vieja»
sentada junto al portal
acariciando la lumbre
la cadiera y el pozal.
La tristeza de tus ojos de tanto mirar
hijos que van hacia Francia
y otros hacia la ciudad.
El Miguel dice que va bueno
y parió la del Julián.
Tú te quedas con tus muertos
rezándole sin parar
pensando que en esta vida
solo se puede llorar.
Siempre te recuerdo «Vieja»
sentada junto al portal,
repasando antiguas mudas
que ya nadie se pondrá.
El cierzo de los otoños vas a buscar
palabras desde la Francia o desde la ciudad.
Miguel cayó del andamio
y parió la del Julián.
Tú, tus mitos y tus penas
huyen barbecho y erial,
cubren los viejos olivos
con tu densa soledad.
Siempre te recuerdo «Vieja»
zurciendo la eternidad
con tus palabras menudas
ocultando la verdad.
Miguel murió en el andamio
y los chicos del Julián,
al final de aquel verano,
volvieron a la ciudad;
a ti te enterramos pobre,
como debía pasar.
Al lado de tu marido
tus padres y el sacristán,
que loco ante las campanas
se desguazó ante el altar.
Siempre te recuerdo «Vieja»
nunca te podre olvidar
eternamente paciente sufriendo sin más ni más.”
Inés nos reveló que canciones como esta las tenía grabadas en su memoria, porque ella había nacido en un pueblo y le sorprendía la capacidad de José Antonio, que se había criado en una ciudad, para describir la dureza de la vida rural, con palabras sencillas y precisas.
También mencionó su identificación con el poema “Tu voz”, porque ella, a pesar de estar ausente de Castilla, durante muchos años, por razones de trabajo, no había perdido nunca su acento:
“Tu voz, siempre tu voz
en el cotidiano gesto
de las hojas cayéndose en otoño.
Y te pregunto: ¿me recuerdas
aún en mi añoranza?
Siempre tu voz
en los espejos de tu infancia”
Y, cómo no, se refirió al “Canto a la libertad”, sobre todo porque Labordeta sabe transmitirnos el amor a los demás, el sentimiento de fraternidad:
“Habrá un día en que todos
Al levantar la vista
Veremos una tierra
Que ponga libertad
Hermano aquí mi mano
Será tuya mi frente
Y tu gesto de siempre
Caerá sin levantar
Huracanes de miedo
Ante la libertad
Haremos el camino
En un mismo trazado
Uniendo nuestros hombros
Para así levantar
A aquellos que cayeron
Gritando libertad
Habrá un día en que todos
Al levantar la vista
Veremos una tierra
Que ponga libertad
(…)
Antes de la llegada de Inés, Carmen había recordado algunos datos biográficos comunes a los dos hermanos: su nacimiento en Zaragoza, ciudad que les influyó de forma decisiva; la Guerra Civil, que les afectó negativamente a ambos; las figuras de su madre, una mujer poco afectuosa y hermética, pero pragmática y entregada completamente a su familia, y de su padre, un hombre que permanecía mucho tiempo en silencio, quizá porque, en plena dictadura franquista, sus ideas liberales y progresistas, le obligaban a ello; etc.
A Lola, quizá a causa de estas desgraciadas circunstancias personales, la poesía de José Antonio le parecía, en general, pesimista, impregnada de existencialismo y con la presencia constante del paso del tiempo, lo cual le había recordado a la novela “La lluvia amarilla” de Julio Llamazares y a la poesía de Jorge Manrique. Sin embargo, desde el punto de vista formal, echaba en falta en ella la belleza propia de la literatura.
El propio Labordeta en su poema “Escribo estas palabras” reconoce sus limitaciones como poeta, en comparación con su hermano Miguel:
“Escribo estas palabras
sobre la misma mesa
en que lo hizo mi hermano Miguel.
Él escribía poemas de argonautas
y yo los busco
en la papelería de al lado de mi casa.
Su mundo se descubre
en el cajón corrido
y el mío se queda solo
en el pequeño cuarterón
de la casa de estar.
He aquí la diferencia
Entre un poeta y un versificador sentimental.”
Benito, en este sentido, comentó que José Antonio, primero, es cantautor y, después, poeta, y que ese prosaísmo, que comentábamos, es reconocible también en las letras, por ejemplo, de Bob Dylan. Sus poemas –resumió con acierto- son en realidad letras a la espera de una música.
Carmen destacó la calidad de algunos de sus poemas, que le parecen maravillosos, como: “Ella” donde evoca a su madre y cómo la ha visto poco a poco envejecer; “El espejo”, donde se ve a sí mismo, a lo largo del tiempo; “La vieja chaqueta”, donde expresa la felicidad que le produce esta prenda de vestir, tanto cuando la lleva puesta, como cuando la contempla colgada en el respaldo de la silla:
“La vieja chaqueta, la más vieja,
esa con la que me paseo por mi casa
en las noches fantasmas
de insomnios juveniles
la siento tan en mí, tan cotidiana,
que, a veces, la confundo
con mi propio entramado personal
y, en vez de retirármela en silencio,
me abotono la piel
sobre mí mismo y me siento feliz
de ver cómo la vieja chaqueta,
la más vieja, es casi la epidermis
cotidiana con la que uno crece
cada día.
Por las noches,
reposando en el respaldo de la silla,
es como un algo de mí
que, vigilante,
aguza los sentidos para guardar mi sueño
estremecido.”
Son poemas que sugieren más que lo que dicen, como la buena literatura, y que, si hubiera que situarlos en alguna corriente, habría que hacerlo en el existencialismo de lo cotidiano.
Carmen también se preguntó por qué llegan tanto las canciones de José Antonio Labordeta, por qué se identifica la gente con ellas. La respuesta, en su opinión, hay que buscarla en un libro sobre musical tradicional aragonesa, que cayó en sus manos, cuando era joven, y que leyó continuamente durante un verano entero. Esta lectura hizo que sus canciones se impregnaran de los temas y ritmos característicos de este tipo de música enraizada en el pueblo.
Finalmente, comentamos sus valores humanos, en especial su integridad y su compromiso social. Benito recordó que, cuando visitamos Zaragoza, todo el mundo le conocía y le apreciaba, no sólo como cantante sino sobre todo como persona. María, abundando en esta dimensión, mencionó una frase que le había escuchado al propio José Antonio, en una de sus numerosas entrevistas: “Mi suegra me decía que servía para puta, porque no sé decir que no”.
Con respeto a Miguel Labordeta, coincidimos en su excelencia como poeta y leímos y comentamos, quizá el poema que mejor refleja el pesimismo existencial que atraviesa toda su obra:
“En lo alto del Faro,
viendo ir y venir a las pobres gentes
en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas
y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas
las voces de los muertos.
En lo alto del Faro,
amando,
sabiendo que el amor es un fracaso,
y cantando,
sabiendo que su canto no ha de ser comprendido.
Vestirse, alimentarse,
ganarse el pan de cada día,
discutir de las cosas banales,
endomingarse como cada cual
y hacer el amor a una dulce estudiante,
como cualquier empleado de Banca.
Y sin embargo,
velar largamente en duelo,
oír en los silencios
el ritmo pavoroso de los tiempos,
acariciar la marea de las edades inmensas,
rompiéndose en quejidos y maravillosas melodías
contra el humilde corazón infortunado
en lo alto del Faro.
En lo alto del Faro,
mientras todos se emborrachan en los festines,
o corroen su envidia en las duras jornadas de trabajo,
o acaso buscan sus puñales secretos
para degollar al niño desconsolado que ellos fueron,
la mirada rauda de visiones
persigue el rumbo,
en intemperie desconsolada y altiva de los navíos futuros.
Y preguntar a la sangre el porqué del olvido
e indagar las primaveras que nacen del sollozo terrestre
y la melancolía que hila el atardecer solitario de los cielos.
Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo su cabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo de antemano que nada es la respuesta.
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.”
El poeta, desde lo alto del faro, desde su torre de marfil, contempla la existencia de las personas que le rodean y se contempla a sí mismo, refugiado en su amor fracasado y en su poesía. Además, tiene conciencia de que sus versos no van ser comprendidos, por lo que se siente desilusionado también como poeta, mientras se acerca poco a poco la muerte.
Concluimos la sesión, constatando una coincidencia básica en las obras poéticas de los dos hermanos Labordeta: la fusión de la situación personal de cada uno de ellos con la historia colectiva de España, que es contemplada por ambos con tristeza y desagrado, sobre todo a causa de la Guerra Civil y la dictadura franquista, que les impidió realizarse plenamente como personas.
Matías Regodón
Aportación plástica al Homenaje a José Antonio Labordeta
En la Biblioteca del instituto está expuesta la obra con la que aporto un granito de arena al Homenaje a LABORDETA. Mi inspiración ha sido la letra de sus canciones y saco parte de su personalidad en trabajo de ACUARELA.
Aprovechando esta oportunidad, expongo otras acuarelas de diferentes lugares y ambientes de Córdoba, flora propia de estos meses y termina esta colección con una acuarela simbólica que lleva de la uva al vino, como uno de los caldos que en el restaurante de este centro bien conocen.
Julia Mellado Aroca