Crónica de una ruta literaria por Córdoba

Fernando Gómez Aguilar nos hace una completa crónica de esta actividad realizada antes de las vacaciones:

Se propuso hace unas semanas, con motivo del Día de Andalucía, celebrar el 80º aniversario de la constitución del Grupo Poético del 27 y conocer todos los autores que lo formaron, puesto que todos ellos tienen unas raíces andaluzas.

Fue una excursión de esas que gustan, porque en mi opinión se aprende de una manera muy atractiva, es decir contemplando paisajes y bellas calles como las que disfrutamos en Córdoba. A todos nos gustó, hemos conocido muchos poetas andaluces y cordobeses que vivieron o añoraron Córdoba, además se trata de una ciudad de gran tradición histórica y con actividades como ésta nos damos cuenta de lo que allí acaeció.

También el día acompañó e hizo una mañana espléndida que ayudó aun más a sentir esa Córdoba que ha inspirado a tantos poetas y que ha propiciado un clima de convivencia y bienestar durante buena parte de su historia. La visita al Alcázar de los Reyes Cristianos, el patio de los Naranjos, la plaza del Potro, la Calahorra , la Mezquita , fue, sin duda, todo un lujo en el que vivimos el embrujo de esta gran ciudad.

Una de las cosas que siempre ha llamado la atención en Córdoba ha sido la cantidad de monumentos y de patios que hay. A uno de ellos entramos, pero al no ser todavía mayo, no estaba en su máximo esplendor.

Para finalizar ya con la valoración de la actividad, he de decir que pasear en el casco antiguo de Córdoba es siempre un lujo. Ha sido fantástico y desde aquí animo a que se hagan más actividades como ésta: los alumnos siempre lo agradeceremos.

Os quiero mostrar los lugares y poemas que en ellos leímos:


Canción del jinete

“Córdoba.

Lejana y sola.

Jaca negra, luna grande,

y aceitunas en mi alforja.

Aunque sepa los caminos

yo nunca llegaré a Córdoba.

Por el llano, por el viento,

jaca negra, luna roja.

La muerte me está mirando

desde las torres de Córdoba.

¡Ay qué camino tan largo!

¡Ay mi jaca valerosa!

¡Ay, que la muerte me espera,

antes de llegar a Córdoba!

Córdoba.

Lejana y sola”.

Con este poema leído por Cristina en la Torre de la Calahorra, empezamos la ruta literaria. Desde allí se puede apreciar la sierra cordobesa y sus cimas más altas. Fue escrito por Federico García Lorca, pertenece a su libro Canciones (1924). Con él ofrenda sus recuerdos a la ciudad del “camino y la búsqueda”. Su hermano , Francisco, encuentra en este poema un gran parentesco con el soneto de Góngora a Córdoba. La impresión que nos queda al final es de una intensa sensación de dramatismo.


Soneto a Córdoba.

“¡Oh excelso muro, oh torres coronadas

de honor, de majestad, de gallardía!

¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,

de arenas nobles, ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas,

que privilegia el cielo y dora el día!

¡Oh siempre glorïosa patria mía,

tanto por plumas cuanto por espadas!

¡Si entre aquellas ruïnas y despojos

que enriquece Genil y Dauro baña

tu memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos

ver tu muro, tus torres y tu río,

tu llano y sierra, oh patria, oh flor de España!”

Este poema, leído por nuestro “pequeño” Sergio en la puerta del Triunfo, desde el que se divisa el río y las torres de la ciudad, fue escrito por Luis de Góngora. En él se recuerda con nostalgia su ciudad natal, Córdoba. El poeta lo escribió en Granada en 1585 en respuesta a sus amigos cordobeses, quienes le decían que se había olvidado de su tierra.

Sólo tu amor y el agua…

Sólo tu amor y el agua….Octubre junto al río

bañaba los racimos dorados de la tarde,

y aquella luna odiosa iba subiendo, clara,

ahuyentando las negras violetas de la sombra.

Yo iba perdido, náufrago por mares de deseo,

cegado por la bruma suave de tu pelo.

De tu pelo que ahogaba la voz en mi garganta

cuando perdía mi boca en sus horas de niebla.

Sólo tu amor y el agua…..El río, dulcemente,

callaba sus rumores al pasar por nosotros,

y el aire estremecido apenas se atrevía

a mover en la orilla las hojas de los álamos.

Sólo se oía, dulce como el vuelo de un ángel

al rozar con sus alas una estrella dormida,

el choque fugitivo que quiere hacerse eterno,

de mis labios bebiendo en los tuyos la vida.

Lo puro de tus senos me mordía en el pecho

con la fragancia tímida de dos lirios silvestres,

de dos lirios mecidos por la inocente brisa

cuando el verano extiende su ardor por las colinas.

La noche se llenaba de olores de membrillo,

y mientras en mis manos tu corazón dormía,

perdido, acariciante, como un beso lejano,

el río suspiraba…..

Sólo tu amor y el agua… 

Éste, leído en el molino de San Antonio, a las orillas del Guadalquivir junto al discurrir del agua y el aleteo de los ánades, fue escrito por Pablo García Baena, poeta cordobés nacido en 1923.


Carta a Vicente Aleixandre

Has visto el rostro eterno y variable,

ahora sol, luego viento, luego sombra,

hombre, dios, luna, cielo, fuego, río,

la faz de todo, el rostro numeroso.

Tú eres cuanto has visto. El que en la parte

no lo ve todo es vago sueño en humo

de carbón o de lago…

Este jardín

cerrado es todo el tiempo. Las almenas

primaverales triunfan con sus siglos

de musgo nuevo. El agua de la alberca

-oro y verdor- no muere:

Está mirándola,

mirando eternidades en el día,

oyendo las palabras de los árboles,

inmóvil, quedamente, acariciando

la creación bella en una sola flor…

La flor te ha cautivado con su todo

preso en goce de beso fugitivo

donde el ser en su pleno ser se embriaga,

pequeño edén rizado en rojos pétalos.

Así tú eres en el dulce ámbito

del cerrado jardín todas las cosas.

Perdido en tanto solitario río,

tanta selva de cálidas criaturas,

tanto incendio de llanto en gloria de astros,

tanto goce de luces e la altura,

a tu abandono el mundo se abandona

y en tu visión se funde -uno y vario-

el ser en claridad total del cielo

o bien se quiebra en olas, flores, alas,

iris de la hermosura universal.


Este poema, escrito por Ricardo Molina, lo leyó nuestro profesor Matías, mientras nosotros estábamos sentados en los escalones de los jardines del Alcázar escuchándole.

También se leyó otro poema de Ricardo Molina , la Elegía VI, en la fuente del Alcázar por parte de nuestro compañero Jorge. Allí escuchamos los siguientes versos:

Te amé a los quince años. Tú tenías mi edad.

Te amé en la sierra verde bajo un sol de domingo,

cuando al volver de misa paseaba tu familia

por la larga avenida de viejos eucaliptos.

Te amé bajo los pinos de agujas amarillas,

sobre la tierra ocre perfumada de menta.

Te amé sobre las rocas tapizadas de musgo,

sobre los prados verdes y las crujientes eras.

Te amé. Te amé. Es cuanto puedo decir ahora,

mas no recuerdo cuándo empezamos a amarnos.

Todo empezó lo mismo que un claro día de junio

sobre la tierra en flor teníamos quince años.

¿Sería, sin embargo, otoño, primavera

o invierno? Ay, quién sabe cuál era la estación.

¿Te acuerdas tú? La Vida era un rosal al viento…

Ven y dime en qué tiempo empezó nuestro amor.

¿Qué importa que los años nos hayan separado,

qué importa si el recuerdo es lo mismo que un valle

por el cual caminamos cantando, sonriendo

y cogiendo sus flores de perfume inefable?

Oh amada cuyo nombre lejano y melancólico

mi corazón agita como el viento a los bosques,

ven y dime aquel tiempo de pinos murmurantes,

de arroyos, de montañas, de nubes y de amores.

Ven y dime que tú también me amaste entonces

en la sierra, en los pinos y en los negros ocasos.

Oh, dime que me amaste cuando sobre la tierra

ardiente y amarilla teníamos quince años.

Elegía IX

“El patio oye el suspiro de otros días en sus arcos.

En las paredes húmedas se estremecen las yedras.

Lilas, jazmines y celindas

tiemblan gozosos en el aire tibio

bajo el beso fugaz de las abejas;

pero celindas, lilas y jazmines,

yedras de oro y arcos ruinosos

no saben cómo un día nos amamos.

Llena la fuente está de claras ondas,

de agua cara y azul igual que el cielo,

la fuente pura y fría

a la sombra delgada de las damas de noche

que dejan su perfume flotar por la negrura…

Mas no supieron nunca

que nos amamos,

y la fuente que llora

solitaria en la sombra

nunca vio reflejarse nuestra dicha

en la dulzura inmóvil de sus ondas.

[…]

Subíamos riendo la escalera

hasta llegar al alto palomar todo blanco.

El patio parecíanos entonces algo triste.

Los rayos en las vagas madreselvas

diríanse un enjambre de irritadas abejas.

El olor del invierno persistía

en los abandonados corredores.

La sombra de las hojas se movía en los muebles

enfundados del gran comedor solitario.

Bajo aquel cielo azul de primavera,

en aquel palomar completamente blanco,

solos, entre aleteos y arrullos de paloma,

desnudos y tendidos sobre el sol nos amamos”.

Este poema, escrito por Ricardo Molina, lo leímos en un patio cordobés cuyos propietarios nos dejaron pasar amablemente; allí entre la luz, el olor de las flores y la humedad, Azahara lo recitó mientras quedábamos perplejos con la escena.

Es dulce ser amado…

Es dulce ser amado pero amar,

oh dioses, qué ventura…

Goethe

Ámame ahora que tengo los cabellos negros

y una corona de junco

y el perfume del agua y de la jara

en los brazos desnudos.

Ámame ahora que tengo en los ojos

la suave llama de la tarde

y la gracia de la sonrisa

y la leve frescura de los manantiales.

Ámame ahora que tengo en los labios

el fuego deslumbrante del Mediodía

y la serenidad del cielo en las mejillas.

Ámame ahora que tengo en el cuello

el resplandor de los lirios quemados.

Ámame ahora que corre por mis hombros

el torrente divino del deseo.

Ámame ahora que tengo el pecho ebrio

como una flor de vino.

Ahora y no luego, ahora y no mañana,

ahora que besa mi alma todo tu cuerpo

confundiendo su aliento al de mis labios.

Bésame ahora que es primavera

y el chamariz canta y vuela en un árbol,

ahora, amor mío, que estamos en mayo

y zumban en el aire las abejas,

ahora que todo es hermoso y feliz,

ahora y no mañana,

ahora y no luego.

Bésame los labios, el cabello, los hombros

ahora que en los huertos florecidos

es tan dulce la flor primera del granado.

Dame todo tu amor ahora, amor mío,

¿no ves que soy en la tierra dichosa,

dulce como el árbol del paraíso?

Ahora que soy un manantial virgen

donde cada onda es una caricia,

una colina verde

donde cada florecilla es un labio encendido,

un valle misterioso

donde cada viento es un suspiro,

un río de amores

cuya música frágil es tu nombre.

¿No son nuestros estos días tan bellos?

¿No es hermosa la tierra bajo el sol y la luna?

¿No habla todo de amor desde el alba a la tarde?

¡Ámame!

¡Ahora y no mañana; ahora y no luego!

En el patio de los Naranjos nuestra compañera Mari Carmen nos recitó este poema de Ricardo Molina, en el que se resalta la fugacidad de la vida y la belleza se va deteriorando con los años. Por eso, el mejor tiempo para amar es la juventud.

Allí también leímos nuestro poemas:

Tú , cristalina y bella,

Llena de aroma y sentimiento

Como el agua que brota de la fuente , tranquila.

Te recuerdo diariamente , tu ausencia es un tormento.

Creía que vendrías pronto a visitarme ,

Pero sigo aquí triste y solo , junto a la fuente.

Sólo el aleteo de las palomas , la caída del agua

Y el serpenteante olor a azahar me hacen compañía.

Aquí estoy , mirando al cielo azul , y pensando que

Algún día te veré de nuevo.

Fernando.

En estos momentos la tengo a mi lado

mientras escribo la estoy mirando

y en la mezquita la estoy esperando

Emilio.

Bajo el puente romano se

encuentra el río murmurante

con Córdoba admirando su esplendor,

su nombre río Guadalquivir,

bajo la mirada de la mezquita

corre el río bajo el sol

admirando a Córdoba y su esplendor.

Rafa

Córdoba tierra de mil años,

tu nobleza me atrae

como agua de verano,

observo tu río y tus calles con gran gozo

contemplando este paisaje antes y ahora hermoso.

Me enorgullezco al saber

que viajo por tus calles con aire de querer,

calles por donde antaño personas hicieron

lo que yo ahora hago con tanto esmero,

y aunque no necesito pensar

pues solo al contemplarte la inspiración ha de llegar,

tengo que decirte ¡Oh gran ciudad! ¡Oh Córdoba ancestral!

que haber nacido en tu ciudad

es el mejor regalo que se puede desear.

Francisco

En un andén de la estación

Bajo un sol abrasador

Yo esperaba aquel tren

Que me llevaría aquel lugar encantador

Un lugar sensacional

Córdoba monumental.

Alejandro

Si por unos ojos bellos

Si por unos ojos bellos,

que se los dio el cielo dados

quieren ellas más ducados

que tienen pestañas ellos,

alquilen quien quiera vellos

y busquen otro,

que yo soy nacido en el Potro.

ELEGÍA XVII

Amanece en las calles. Córdoba se despierta.

Ya es de día. Te amo.

Ya van camino del río los areneros

con sus palas, sus asnos.

El invierno se va. La niebla se disuelve

en torno de los álamos.

Crecido viene el río como mi corazón.

Tu recuerdo desborda como el río mi vida

inundándola toda con sus aguas violentas

donde flotan almiares, animales que aúllan,

negros troncos de árboles y despojos y ruedas.

Oh tú que una mañana -se diría esta misma-

paseaste conmigo, de mi brazo. mirando

los rojos remolinos estrellarse en el puente

que custodia impasible un arcángel de mármol.

Todo era igual. Diríase que no ha cambiado nada.

En San Francisco tocan las campanas a misa.

La Posada del Potro ha abierto ya sus puertas

y hay en el suelo paja que cayó de los carros,

y labriegos, y mulos que beben en la fuente.

Todo es igual. Diríase que no ha cambiado nada.

Amanece y te amo. Aún es Córdoba bella…

Tu casa está cerrada. ¿Me esperas todavía?

¿Duermes, o acaso esperas que llegue hasta tu

puerta?

Imposible. Aquel tiempo ya pasó para siempre.

Pero dime que todo es una pesadilla.

Dime que no han pasado los años, amor mío.

Dime que no has dejado de amarme, dulce amiga.

En la Plaza del Potro leyeron estos poemas de Góngora y de Ricardo Molina. Participaron en su lectura: Antonio , Alejandro, Patricia , Azahara y Benito.

ELEGÍA XII

Dicen que el mes de mayo es el mes del amor,

pero yo me pregunto si hay alguna estación

que no lo sea, pues octubre te trajo al lado mío

y noviembre con sus grandes nubes y sus tormentas

fue el mes en que mi corazón dio sus rosas primeras.

Y en enero paseando por los campos, miramos

la luna entre los árboles como un fruto de plata

y luego te besé por el carril sombrío

que baja de la Huerta de los Arcos.

Y en marzo, cuando son tibias las lluvias,

unos celos furiosos, me asaltaron

porque me hablaste apasionadamente

de Juan Ramón -como si ya lo amaras-

y yo, intentando en vano ahogar mi tristeza

me fui, vencido y hosco, por las húmedas sendas.

Y en abril, cuando Córdoba huele a Semana Santa,

los altares cubiertos de flores redoblaron

nuestro amor y en la sombra violeta de los templos

juramos sernos fieles para toda la vida,

igual que aquellas aves que vimos una tarde

volar solas las dos por el aire suave.Y en junio nuestro amor buscaba en los arroyos

las espesas moreras cuya sombra

nos trasportaba al tiempo de las dulces bucólicas.

Venías a tenderte a mi lado en la arena

y nunca como entonces fueron bellos tus ojos

ni dorado tu pecho, ni encendidos tus labios.

Y en agosto te fuiste con tu familia a Málaga

de veraneo, y yo quedé en Córdoba solo,

y tu recuerdo, diariamente, al caer la tarde,

se alzaba por el Sur lo mismo que la luna,

y las aguas heladas de la alberca nocturna

y la cerveza amarga y fría, y los refrescos,

y los vinos que me ofrecían los amigos

no consiguieron desvanecer tu imagen

ni apagar en mi alma el deseo -de tu cuerpo.

Y, sin embargo, hay quien dice que la primavera

es el tiempo de los enamorados,

pero yo me pregunto si hay alguna estación que no lo sea

Por la casa de Góngora, en aquella estrecha calle, bajo una luminosidad radiante leímos este poemas en el que hubo varios lectores: Sergio , Miguel, un servidor (Fernando) , Francisco, Jorge y Gonzalo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *