Julio Llamazares reflexiona hoy en El País sobre los cambios de actitud y valoración social de los servicios públicos, así como de su evidente deterioro en diversos gobiernos autonómicos. Extraigo algunos párrafos, pero recomiendo su lectura completa:
Muchos de los españoles que pudieron estudiar gracias a la existencia de una enseñanza pública ahora llevan a sus hijos a colegios y universidades privados, que son mejores según afirman, entre otras cosas menos objetivas, porque no todo el mundo puede acceder a ellos. Del mismo modo, en lugar de a la Seguridad Social, que está tan masificada, acuden a la sanidad privada, más personal y mejor según ellos (aunque, cuando se les presenten problemas de envergadura, les desviarán a los hospitales públicos, que disponen de más medios y más médicos) y, como se fían más de los bancos que del Estado, lógicamente, pues éste va a quebrar en cualquier momento, contratan seguros privados que les garanticen el bienestar futuro.
Un desprestigio que cala cada vez más, como continuamente nos muestran muchos ejemplos (deplorar los servicios públicos es casi ya un deporte nacional, incluso entre sus trabajadores), y que se manifiesta sobremanera en el modo en que la gente se comporta ante los servicios públicos y ante los que no lo son. Así, uno puede observar cómo la gente llega ya protestando a los primeros, tenga razón o no para hacerlo, mientras que en los segundos aguanta colas o negativas sin rechistar. O asistir a la escena que un fontanero (el ejemplo sirve para cualquier otra profesión) que en su trabajo hace esperar varias horas, incluso días, a sus clientes sin dar luego ninguna explicación por ello protagoniza porque su médico de cabecera tarda 15 minutos en atenderlo.
Y es que, al hilo de todo lo comentado, parece que los únicos que tienen responsabilidad por sus actuaciones son los empleados públicos, mientras que los de las empresas privadas están exentos de cualquier culpa. Es más, contraviniendo la ley y hasta la lógica, a aquéllos se les presupone todo tipo de defectos y carencias mientras que a éstos se les ve como modélicos, incluso cuando son, como pasa con muchos médicos, que actúan al mismo tiempo en los dos sistemas, exactamente los mismos.
Quizás habría que recordar qué ha sucedido cuando el sistema financiero internacional ha mostrado signos de quiebra y hacer reflexionar a nuestros alumnos de los motivos que impulsan a alguien, como es mi caso, a rechazar una oferta de un centro educativo de élite en favor de un puesto en un centro educativo público.
Pues, curiosamente, hoy aparece en Diario Córdoba una entrevista a un Abogado del Estado que ha dejado su empleo público para trabajar en un bufete privado. Sus razones: la empresa privada te trata mejor y tiene más medios. Puede leerse en (http://www.diariocordoba.com/noticias/noticia.asp?pkid=514385).La entrevista ha provocado algunos comentarios de lectores.
Cuando uno elige ( cuando puede elegir)un trabajo privado o público, llevar a sus hijos a un tipo de centro u otro, elige la Seguridad Social o cualquier Aseguradora privada,lo hará pensando en diversos factores. No es nueva la idea de que lo privado funciona mejor, ni la de que los funcionarios no trabajan.Hace poco discutía con unas amigas con plaza de maestra recién estrenada los pros y contras de quedarse en la Seguridad Social o contratar un seguro de los que te ofrecen los comerciales nada más llegar a tu nuevo centro el primer día. Conozco amigos y compañeros que después de estudiar años y años para trabajar en el enseñanza pública llevan a sus hijos a colegios privados( o concertados, que son ya la mayoría), y hasta familiares que han llevado a sus hijos a colegios concertados de otros barrios sin tener en cuenta, por ejemplo,que esos niños se quedan «desarraigados». Podría extenderme mucho con el tema «público/ privado». Estaría bien llevar la reflexión a la escuela, que no se traguen los tópicos asumidos sin más, que piensen posibles soluciones para dar más prestigio a lo público y hacer que funcione mejor en vez de criticarlo por inercia; que elijan lo que elijan en la vida al menos sean coherentes. También es una forma de pensar y casi que una postura política. No creo que el Mundo publicara ese artículo, ni alguien del PP dijera esas cosas.
Simplificando la cuestión en elegir un trabajo privado o público no creo que cambie nunca la idea ni la realidad de que para quien depende de su trabajo, de su sueldo, lo público es lo que te da seguridad, aunque no te conozcan y seas un número. pero, como he dicho, también es cuestión de mentalidad, de educación, de principios…
El descrédito de la enseñanza pública entre los sectores más conservadores de la sociedad no es nuevo, aunque en diferentes medios de comunicación haya un especial empeño en convertirlo en un mal de nuestra época. Sucede igual que con la enseñanza secundaria obligatoria, a todas luces, un avance social propio de una sociedad desarrollada como la española, que también es objeto de ácidas críticas por parte de los mismos sectores sociales, como lo fue en su momento la ley que estableció este tipo de enseñanza: la LOGSE. En un tiempo estuvo incluso de moda decir «es un niño de la generación LOGSE», para explicar su ignorancia supina. Y es que a quien ha gozado siempre de privilegios, quien ha tenido desde pequeño posibilidad de estudiar en colegios de pago, no parece gustarle demasiado que el resto de la población tenga esas mismas oportunidades.
Sin embargo, la realidad es tozuda: nuestra sanidad pública, como recuerda Julio Llamazares, es envidiada por muchos países, incluyendo algunos de nuestro entorno más cercano; nuestros alumnos de la ESO no están tan mal como se da conocer en los medios de comunicación, basándose con frecuencia en interpretaciones sesgadas de las famosas pruebas PISA; y cuando se afirma que los resultados de los colegios privados concertados, en estas pruebas o en las de diagnóstico, son mejores que los centros públicos se ignoran intencionadamente hechos como: la ilegal selección del alumnado que se hace en aquellos -pensemos, por ejemplo, en el bajo número de alumnos inmigrantes matriculados-; la preparación, durante meses, al margen de la programación oficial, de estas pruebas; etc.