Los modos y comportamientos de la blogosfera educativa son extraños. El artículo que más abajo reproduzco, pese a ser publicado hace casi un mes, está suscitando un debate en diferentes blogs.
Os decía que, en ocasiones, no comprendo quién- y cómo- determina la agenda «informativa» bloguera. Se trata de un artículo, en mi opinión, sin excesiva relevancia, donde Manuel Castells alude a un informe de la Fundación Bofill, que en esas fechas puso de relieve las carencias de la educación en Cataluña, para esbozar algunas de las causas que explican nuestro «retraso» educativo: familias, estructuras y métodos educativos desfasados respecto de la sociedad red y la tendencia hacia empleos de escasa cualificación. Más interesantes y sugerentes son las ideas que expresa en esta entrevista, publicada hace unos quince días, sobre la brecha digital o la sociedad red.
Estudiar, ¿para qué? Manuel Castells – La Vanguardia – 24.11.07
Continuando con su rigurosa auscultacion de nuestro sistema educativo, la Fundació Jaume Bofill ha publicado los resultados de un informe sobre el estado de la educación en Catalunya. La prensa ha informado del contenido del informe, por lo cual remito al lector al archivo de este diario para conocer los datos que, junto a los del informe Pisa de la OCDE, presentan un panorama grave: estamos destruyendo el futuro del país. Estamos en el tramo inferior de los países desarrollados en cuanto a capacidad académica de los estudiantes. Pero además ahora se acentúa el altísimo grado de abandono escolar.
España va mal y Catalunya es la número 12 en el ranking de comunidades autónomas, liderado por Euskadi. El abandono de estudios entre 18 y 24 años en Catalunya es del 34,1%, frente a una media española del 30,8%, tasas más de dos veces más altas que en Europa. Y se ha incrementado en cinco puntos con respecto al año 2000. Entre los jóvenes de 20 a 24 años, tan sólo un 61,3% de los españoles y un 60,3% de los catalanes han completado su educación secundaria, en contraste con la media europea del 75%. O sea, estamos en una sociedad de la información desinformada, tal como concluimos en el estudio sobre la sociedad red en Catalunya que acabamos de publicar con Imma Tubella.
La educación es el recurso clave en un mundo en el que la fuente de poder y riqueza es la capacidad de procesar información para transformarla en conocimiento aplicado. Y mal podemos hacerlo cuando el 55% de la población adulta no ha completado sus estudios secundarios. Es cierto que esto es una herencia del franquismo, cuyo retraso educativo conllevó un bajo nivel de estudios en la población que ahora tiene más de 50 años. Pero si las nuevas generaciones se sitúan en un 40% que no va más allá de completar sus estudios primarios y si el fenómeno se agrava (en el 2000 era un 32%), quiere decir que nos alejamos cada vez más de los parámetros de la sociedad de la información realmente existente.
¿Por qué este abandono escolar masivo? Mirando a los países líderes en la calidad educativa y en tasas de graduación (Finlandia en Europa, Cuba en las Américas y Corea del Sur en Asia), hay dos factores clave, analizados por el catedrático de Stanford Martin Carnoy. Por un lado, la calidad y dedicación de maestros y profesores. Por otro, la atención de los padres a la educación de sus hijos. Estos factores no dependen de la voluntad individual de enseñantes y padres, sino de factores estructurales y de políticas de educación, incluyendo la financiación, porque la educación de calidad cuesta dinero. Aunque, como se dice en Estados Unidos, si encuentras cara la educación, prueba la ignorancia.
Así, la formación de maestros en Finlandia es de alta calidad. Salarios competitivos y buenas condiciones laborales atraen talento a la enseñanza. Y cuentan con el respeto de sus alumnos y de la sociedad.
En Cuba se cuida la educación de los educadores y aunque la paga se sitúa en los mismos niveles que los demás sueldos, los maestros están altamente considerados. Y en el este de Asia, la cultura confucionista hace de la educación de los hijos el centro de la familia. No es que las madres catalanas descuiden a sus hijos (los padres no se ocupan de ellos más que para reñirles). Pero en las condiciones de vida de las supermujeres que tienen que trabajar, cuidar del hogar casi por entero, gestionar al marido y ocuparse de sus hijos, tener además que pelear por la noche para que estudien está más allá de su nivel de energía. Así, la familia no puede gestionar a los chicos y chicas, se los carga a la escuela, y los enseñantes dicen, con razón, que no pueden sustituir a los padres, por lo que los jóvenes andan a su aire.
Y en ese mundo de libertad, interviene el factor en mi opinión decisivo del abandono escolar: el desfase cultural y tecnológico entre los jóvenes de hoy y un sistema escolar que no ha evolucionado con la sociedad y con el entorno digital. Jóvenes que acceden a toda la información por internet, que construyen sus redes autónomas en torno a los móviles, que chatean y navegan, que se forman jugando y se informan comunicando, simplemente no soportan la disciplina arbitraria de unas clases anticuadas con enseñantes desbordados a quienes nadie les prepara para la nueva pedagogía. Y no es que sean reacios a internet. El estudio de la UOC sobre las escuelas de Catalunya muestra un alto nivel de uso de internet por parte de los enseñantes. En su casa. Pero en la escuela, aunque hay conexión a internet en todas, no está integrado en el currículo ni en la organización de la enseñanza. La idea de que una joven de hoy se cargue una mochila de libros de texto aburridos definidos por burócratas ministeriales y se encierre en un aula a soportar un discurso irrelevante en su perspectiva y que todo esto lo aguante en nombre del futuro es simplemente absurda.
Y eso que los datos demuestran que cuanta más educación, mejor trabajo se consigue y más dinero se gana. Pero eso es a largo plazo. A corto plazo abundan los empleos subcualificados y subpagados en una economía como la nuestra de baja productividad y escaso conocimiento, en una inversión del pelotazo y en un mercado especulativo basado en el turismo y la construcción.
De modo que el desfase entre los jóvenes y la escuela se mezcla con la adecuación de una cultura de la urgencia y de la autonomía a un mercado de trabajo en el que abundan las tareas de bajo nivel. Se genera una espiral en la que los jóvenes se dan cuenta de su error demasiado tarde y el país se convierte en una economía de servicios dependiente de vender a otros nuestra calidad de vida y, en ese comercio, destruirla.
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