A partir de unas declaraciones del ministro de Educación, Ángel Gabilondo, en las que advertía que se debería reflexionar sobre la posibilidad de elevar la edad de escolarización obligatoria hasta los 18 años, han comenzado en el ámbito educativo a escucharse voces favorables y contrarias a esta medida.
Matías me recordó ayer que se había publicado hace unos días un reportaje de J.A. Aunión en El País sobre esta cuestión que puede ser un buen punto de partida para la discusión. Extraigo algunos párrafos:
La cohesión social, la igualdad de oportunidades y la justicia han sido los motores clásicos para intentar que cada persona, cada joven estudie lo máximo posible. A este argumento se le fue uniendo otro que apela más a la rentabilidad colectiva: el crecimiento económico en la sociedad del conocimiento requiere una población cada vez más formada.
Esta idea es para algunos una auténtica locura por inviable, ineficaz y contraproducente. Obligar a permanecer en las aulas a jóvenes de 16 y 17 años que no quieren estar en ellas provocaría graves problemas en las aulas y ni siquiera sería beneficioso para ellos, opinan expertos como el catedrático de la Universidad Complutense de Madrid Julio Carabaña.
El profesor de la Universidad de Toronto Philip Oreopoulos se plantea esa duda en un reciente estudio.[…]Oreopoulos calculó en su trabajo que un año más de escolarización obligatoria aumenta de media un 10% la riqueza que obtendrá una persona a lo largo de su vida, que las tasas de abandono escolar caerán un 1,4% y las de matriculación en la escolarización posobligatoria subirán un 1,5%.
Pero, por beneficioso que pueda ser, la cuestión sigue tocando temas muy delicados de libertad individual. «¿Hasta qué punto tiene la sociedad derecho a obligar a una persona a permanecer escolarizada hasta los 18 años?[…]»
Lo que sí dijo el ministro es que no se podría hacer de un día para otro y que el sistema educativo tendría que ser mucho más flexible de lo que es ahora, dando a los alumnos diferentes opciones de estudio y escolarización, algo en lo que coincide el trabajo de Oreopoulos. El profesor de Toronto pone el ejemplo de la provincia de Ontario (Canadá), donde el aumento de la escolarización hasta los 18 se acompañó de un aumento de los programas de FP y de oportunidades de aprobar créditos como aprendices en trabajos o tomando cursos en la universidad. Precisamente, el tiempo parcial es lo que imponen, como mínimo, entre los 16 y los 18 en Alemania, Bélgica y Polonia. En EE UU, la mayoría de los Estados que han subido la edad obligatoria contemplan la posibilidad de eximir a los jóvenes de 16 y 17 años que cuenten con el permiso familiar para dejar los estudios.
Raventós dice que España «no se puede permitir el lujo» de tener un 31% de abandono escolar temprano.[…]También recuerda el gran retraso educativo que se produjo en España por el franquismo. Cuando se empezó a hablar en serio de obligatoriedad hasta los 18 años en Europa, a finales de los ochenta, España todavía tenía el tope en los 14 y poco después, en los noventa, fue cuando se aumentó a los 16. «Pero en la medida que vamos rezagados, debemos hacer unos esfuerzos extra, y no los estamos haciendo», dice.
Los Sindicatos de Trabajadores de la Enseñanza (STES) también se refieren a ese retraso, pero al contrario que Raventós, sostienen que el sistema aún no se ha llegado a recuperar del todo del aumento de escolarización hasta los 16, por lo que sugiere hacer las cosas al revés, es decir, mejorar primero lo que ya hay, reduciendo ese gran fracaso escolar, y empezar a hablar de aumentar la edad obligatoria. No sería lo mismo obligar a seguir dos años a un 31% de chavales que potencialmente preferirían estar en otro lado, que a un 15%, que es la media de abandono en la UE.
Se dice en el reportaje que «el crecimiento económico en la sociedad del conocimiento requiere una población cada vez más formada.». Pero, además, yo añadiría que nuestra sociedad iría mejor, -me refiero no sólo a lo económico, sino también a lo social, es decir, a una sociedad más solidaria y tolerante, más crítica- en la medida en que sus ciudadanos tengan una mayor formación. Por eso, entiendo que, si el estado garantiza una enseñanza hasta los 18 años, está cumpliendo con esos objetivos, por los que hemos luchado siempre.
Otra cuestión es cómo plantear esa enseñanza obligatoria, cómo obligar a permanecer en las aulas a jóvenes que no quieren estar. No parece que sea la solución hacerlos convivir, me refiero a juntarlos en la misma clase, con jóvenes que sí quieren estar, porque tienen como objetivo estudiar en la universidad. Quizá podría recuperarse un tipo de enseña similar a la antigua Formación Profesional, donde se combine el aprendizaje de un oficio con la enseñanza de materias instrumentales, como la lengua española, los idiomas, la historia, etc. En ocasiones, he hablado con compañeros, que llegaron a impartir clases en la antigua FP y no tienen malos recuerdos de ella, entre otras razones, porque sabían con qué tipo de alumnos iban a trabajar. Precisamente, pensando en ellos, programaban la materia, diseñaban las actividades, establecían los sistemas de evaluación, etc.
Lo que yo, como enñante, no puedo hacer es rechazar de plano esta iniciativa del ministro de educación, Ángel Gabilondo, máxime, cuando él mismo ha dicho «que no se podría hacer de un día para otro y que el sistema educativo tendría que ser mucho más flexible de lo que es ahora, dando a los alumnos diferentes opciones de estudio y escolarización», coincidiendo en esto con el ejemplo que pone el profesor de Toronto de la provincia Ontario (Canadá) «donde el aumento de la escolarización hasta los 18 se acompañó de un aumento de los programas de FP y de oportunidades de aprobar créditos como aprendices en trabajos o tomando cursos en la universidad»
En fin, vamos a reflexionar sobre esto, vamos a analizar cómo funciona esta subida de la edad de la enseñanza obligatoria en otros países y vamos a sacar conclusiones.