En esta ocasión es Vicente Verdú quien ayer publicó en El País una interesante columna sobre la lectura. Entiende Verdú que el principal obstáculo para el arraigo de la lectura como un hábito es la organización del tiempo en las sociedades modernas: se carece de tiempo para la «degustación mental». A ello se une «la superior eficiencia de las pantallas». En consecuencia, los lectores actuales no son sino un «ejército en declive», al que no se suman ni pueden sumarse nuevos efectivos.
La actualidad del mundo, la realidad de los intervalos de trabajo y tiempo libre, coinciden con una disponibilidad para leer tendente a cero. Y no se diga ya para leer a fondo. Los momentos en que aún se lee se obtienen de intersticios de una construcción cuya fachada central repele lo libresco como materia ajena a su iluminación natural. Se lee, efectivamente, en los cantones del sistema, en los estrechos itinerarios de transporte público, en los puentes o en las vacaciones, en los tiempos muertos.
Todo tiempo oreado y candeal se ocupa, generalmente, en otros gozos, sean los viajes, el sexo, Internet, las copas, los juegos en las pantallas, las cenas o los cines. ¿Tiempo para leer? Quien lee se extrae literalmente de la cadena nutricional reinante para insertarse en un nicho marginal. Todo lector, y tanto más cuanto más lo es, traza su fuga y, a su pesar, se convierte en fugitivo de la contemporaneidad.