Nuestro compañero del IES «Medina Azahara», Sebastián Muriel, profesor de Física y Química, ha publicado en el diario Córdoba, durante esta pasada semana, un artículo («Comprender el vocabulario específico» es su título), donde hace una reflexiones que os pueden sonar, y nos cuenta algunas situaciones que no hemos soñado precisamente. Os lo reproduzco íntegramente:
El español como idioma incluye multitud de palabras que ayudan a clarificar situaciones y matices que luego tienen gran importancia en el desarrollo de ciertos aprendizajes. Recogemos aquí algunos términos que se usan a diario sin percatarse bien de su contenido. El informe PISA 2006 afirma que uno de los males de la escuela es que un sector importante de alumnos españoles no comprenden lo que leen. Es cierto y esto ocurre, a mi juicio, en Ciencias por dos razones básicas: (I) Aparte del libro de texto o alguna fotocopia, leemos poca ciencia en la escuela. (II) Muchos de los términos frecuentes en los textos y manejados en el aula no son matizados y se desconoce la exactitud de su contenido; es decir, hay dificultades con el vocabulario específico. Ambas razones -existen otras- ayudan a mantener un elevado porcentaje de fracaso en determinadas materias del área.
Con frecuencia presento a los alumnos situaciones, fenómenos, experiencias, etc. y les suelo preguntar sobre algún detalle, cambio o proceso. Normalmente invito a responder sobre algún porqué. No han pasado cinco segundos cuando ya tengo siete respuestas. Les aclaro que la reflexión es básica y que una ocurrencia es algo casual, inesperado, ocasional y, la mayor parte de las veces, no suele encajar con lo preguntado aunque sea aguda, original e imaginativa.
Explico que un científico puede y debe ser ocurrente, pero no se puede quedar ahí. El estudio de varias fuentes, la reflexión personal, el análisis y la síntesis conducirán a tener una opinión, entendiendo como tal una propuesta, una proposición -más o menos admitida- y de cuya validez no se tiene la certeza absoluta. La opinión implica cierta actitud afirmativa sobre algo que no se puede demostrar suficientemente. Parménides y luego Platón la reconocieron como la forma adecuada al conocimiento del mundo sensible.
En la opinión es determinante el tiempo, el estudio y la implicación personal. Los científicos saben muy bien que tener opinión no significa estar en lo cierto: de ahí derivan su relativismo y su escepticismo. Del conjunto de opiniones observadas, contrastadas por debates y experiencias, coherente con los conocimientos anteriores y con logros de otras Ciencias suele salir el conocimiento científico, que es el que ofrece mayores garantías de certeza. Tales garantías no son absolutas, pero son las mejores.
Las afirmaciones científicas, sobre todo en épocas recientes, se califican como probablemente ciertas, aunque la probabilidad es -generalmente- bastante alta. Este margen de incertidumbre conduce a que ´las verdades científicas´ son cambiantes y se encuentran en permanente evolución (la historia de los modelos atómicos o del conocimiento del Universo son paradigmáticas en este sentido).
Sirvan estas líneas para poner de manifiesto la conexión entre la lengua española y las ciencias. Conexión supermegaevidente a lo largo de la historia pero que a veces viene bien recordar.