Discurso de Matías Regodón

LA DUDA COMO ESTÍMULO

Siempre he tenido dudas como enseñante. Al principio, cuando empezaba, hace ya 36 años, en un instituto de Badajoz, porque no me habían preparado en la Universidad para enseñar y porque el CAP (Curso de Aptitud Pedagógica) era un mero trámite, un simulacro de lo que hoy día es el Máster en Educación. Además, comencé impartiendo Latín y Griego, y tenía que prepararme las clases a conciencia, consultando permanentemente las traducciones al español de «Ab urbe condita» de Tito Livio y «La Anábasis» de Jenofonte. Recuerdo que mis alumnos de COU habían tenido de profesor el curso anterior a un Catedrático de Griego y mis clases eran una auténtica odisea.

Después, cuando empecé a dar Lengua Española, las dudas tenían que ver con la didáctica, pues estaba empeñado en explicar con detalle los temas -como se denominaban antes- y mis clases acababan convirtiéndose en un auténtico sopor. Claro es que lo compensaba con mi actitud abierta hacia los alumnos, a los que apenas superaba en edad, y con mi generosidad a la hora de aprobarlos.

Con el tiempo, me fui volviendo más tiquismiquis, porque me sobrevinieron de súbito -supongo que por la convivencia con compañeros más puristas- los escrúpulos lingüísticos que padecemos todos los profesores de Lengua Española, especialmente en lo concerniente a las faltas de ortografía. Así que el número de suspensos aumentó sensiblemente.

Pero siempre fui consciente de que tenía que renovarme, de que la enseñanza no es un proceso en una única dirección, de que no es suficiente con la explicación del profesor, pues lo verdaderamente importante es el aprendizaje de los alumnos, que deben participar activamente en el desarrollo de la clase; y que este aprendizaje no se limita a las cuatro paredes del aula, sino que hay que llevarles a un contexto real. Por ejemplo, a la representación de una obra teatral, como hemos hecho este año con «Tres sombreros de copa» de Miguel Mihura, después de haberla leído y estudiado en clase, con la finalidad de que se aficionen al teatro, porque el aprendizaje es significativo, cuando tiene que ver con la transformación de la persona, cuando se refleja en su comportamiento diario.

De ahí, mi inclinación -casi diría devoción- por las actividades complementarias y extraescolares, que han marcado toda mi trayectoria como docente. Planificándolas, organizándolas y realizándolas he encontrado a mis mejores amigos: Miguel, Benito, Antonio, Victoria, María Sanjuán, Pepa, Carmen Jurado, Lola, Carmen Barroso y un largo etcétera.

No olvidaré los buenos momentos pasados con Benito, mientras elaborábamos el libro del que somos coautores y, sobre todo, mientras preparábamos los cursos sobre actividades; las reuniones con Antonio para montar la Revista Cultural «¡BUFP…!» con el programa antediluviano Wordperfect 5.1.; las excursiones a Mérida e Italia, perfectamente organizadas por Miguel, que también hacía las veces de cicerone; las sesiones del Club de Lectura con Lola y María, a las que espero seguir asistiendo; y las reflexiones sobre didáctica junto con Carmen, Joaquín y el resto de compañeros del Departamento de Lengua Española, que me han permitido hallar, en mi último curso como profesor, los instrumentos adecuados para evaluar.

Además, todos los días, en este largo camino como enseñante, he aprendido algo nuevo. Lo más importante: que cada uno de los alumnos es una persona con sus problemas, no un número de lista o una cara, que expresa más o menos interés por tu asignatura; una persona que tiene el derecho de recibir una educación mínima y de calidad, y la obligación de esforzarse por adquirirla. Por eso, he defendido siempre la vilipendiada LOGSE y he tenido conciencia de que mi función de profesor no es solo enseñar Lengua Española sino también educar en valores, ya que en un centro de enseñanza, se pueden y se deben compensar las desigualdades que crea la sociedad.

Esta convicción y la duda, como estímulo para mejorar, son los dos principios que me han guiado, durante estos años, y espero que me sigan guiando, de alguna forma, a partir de ahora.

Concluyo mis palabras leyéndoos unos versos de José Agustín Goytisolo, que resumen bien mi forma de entender la enseñanza y la vida. Dicen así:

Desconfía de aquellos que te enseñan
listas de nombres,
fórmulas
y fechas
y que siempre repiten modelos de cultura
que son la triste herencia que aborreces.

No aprendas solo cosas,
piensa en ellas
y construye a tu antojo situaciones e imágenes
que rompan la barrera que aseguran existe
entre la realidad y la utopía (…)

Después sal a la calle y observa:
es la mejor escuela de la vida.

Muchas gracias por vuestra atención y sobre todo por vuestra amistad.

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